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Cocktail de psicofármacos
Hoy he estado en el hospital donde estuve ingresado por primera vez hace casi ya ocho años y, casualidades de la vida, he aparcado el coche en la zona del aparcamiento donde veía la ventana de mi habitación, desde donde podía observar a mi sobrina cuando venía mi familia a visitarme. Esos mismos años son los que llevo con la etiqueta de enfermo mental, diagnostico “a domicilio” de trastorno bipolar. Digo a domicilio porque el psiquiatra que lo hizo tuvo la pericia de verlo a más de 400 kilómetros de distancia. Tras escuchar a mis padres fueron suficientes cinco líneas en un folio para que me vinieran a buscar, me ingresaran en psiquiatría sin autorización judicial y me estamparan una pegatina en la frente que está a punto de despegarse.
Así comenzó mi cocktail de fármacos.
Anteriormente, dos antidepresivos Seroxat y Motiván (paroxetina) me llevaron a episodios de euforia. Motiván es un nombre curioso, y sobre la paroxetina basta con buscar en Wikipedia para encontrar una indemnización millonaria a la que fue condenada la farmacéutica responsable del producto por ocultar y sesgar resultados de laboratorio, entre otras cosas.
Pero eso no interesa, no da clientes. Lo único claro es que, gracias a esos dos tratamientos, se desenmascaró un trastorno bipolar que estaba escondido en una depresión, y ahí detrás sí que hay un buen cliente. Esta enfermedad es crónica, es decir, fármacos para toda la vida: antidepresivos, antipsicóticos, benzodiacepinas y “estabilizadores del ánimo”. Los he probado todos. He sido un cliente de manual, de libro (CIE-10: F31).
Hace dieciocho meses tomé la decisión de quitarme la pegatina, para lo cual pedí ayuda a mí psiquiatra para ir reduciendo el cocktail de forma gradual y lo menos peligrosa posible. Cabe decir que en ese combinado ya hacía más de cuatro años que no había antidepresivos, los mismos que llevaba sin euforias ni depresiones; será otra casualidad. La respuesta del “médico “ no fue muy colaborativa pero tras mi insistencia me pautó de mala gana una bajada del antipsicótico y la retirada gradual de la benzo. Lo que no sabía cuando salí de su consulta es que a los pocos días iba a conocer el infierno, de donde he estado entrando y saliendo los últimos diecisiete meses.
Para resumir esta experiencia de “desarme” farmacológico, ya que si no necesitaría un manual del volumen similar al DSM-V, lo haré por fármacos y en el mismo orden cronológico:
– Rivotril 2mg: Llevaba cuatro años actuando en mi cuerpo, supongo que el psiquiatra no se dio cuenta del detalle de la adicción que genera este fármaco. En ese momento pasé mi primer retiro en el infierno (sudores, frío, calor, gritos, taquicardias, insomnio, depresión, etc…). Nada grave, salvo que cada retiro dura aproximadamente veintiún días.
Empecé a darme cuenta de porqué la mayoría de la personas afectadas no puede dejar la medicación, ¿cómo no van a ser fieles los clientes? Estaba preso, sin ayuda, solos mi abstinencia y yo.
Tras cinco meses de batalla, en un día soleado escuchando música en el coche, respiré profundo, miré al cielo y se me cayeron las lágrimas. Ya no había malestar, solo paz.
– Seroquel prolong 300mg: Tal era mi ignorancia que pensaba que no podía haber nada peor, pues había estado en el infierno. Luego me di cuenta que realmente había estado en el cielo… El daño que produce este fármaco al cerebro lo demuestran los síntomas de discontinuación. Podría citar algunos de los que se suponen normales (inquietud, irritabilidad, insomnio, etc…) pero creo que se debería prestar atención a lo absolutamente incomprensible, denunciable, inimaginable e intolerable que me ocurrió.
Psicosis, tres días encerrado en mi casa yo y mi locura, mi locura y yo. Parece lógico pensar que al reducir la dosis de un antipsicótico se pueda producir una psicosis. Lo que no es lógico es no haberla tenido nunca y experimentarla al retirar el “medicamento”, muestra de los desequilibrios que genera en el cerebro, precisamente el no haber tenido nunca esa experiencia fue lo que me hizo identificar que era por la bajada, que no retirada del fármaco, para seguir adelante.
Entonces te preguntas ¿cómo esta droga legal (fármaco) o más bien, para qué me han recetado esto a mí?
La parte de la retirada total la llamo Espacio-tiempo. La denomino así porque experimenté durante casi un mes y medio una sensación “maravillosa”; un minuto de reloj eran cien minutos en mi cabeza. Por Dios, ¡menudo infierno!. Si él decide mandarme allí no me importará, ya lo conozco.
En aquellos momentos podría haber sido un violador, un asesino, un delincuente… y también de manual. Pero no lo fui. No fue fácil. Me dedicaba a observar mi mente, mis pensamientos y sabía en el fondo de mi alma que no eran yo.
– Plenur 400mg: “Estabilizador del ánimo”. Desde mi punto de vista y creo que más importante desde mi experiencia, se me parece al placebo. Dicen que corrige los desequilibrios, por eso eliminé todo lo demás primero para que ya no hubiera desequilibrios en mi cerebro; como ya no hay fármacos-química que alteren mi estado natural, ya no hay nada que corregir. Si es cierto que al bajarlo y estar por debajo de lo que los “médicos” llaman rango terapéutico me note más impulsivo. De hecho está comprobado que cuando se les administra a las ratas reducen su impulsividad, pero yo no soy una rata, soy un ser humano, capaz de cortar todo lo que sobra de mí, es decir, el único responsable de mi vida.
Y llegados a este punto, de vuelta a la tierra tras mis “pequeñas vacaciones”, decido investigar mi caso, pedir informes de mis tratamientos, historia clínica, todo desde mi primera pastilla y lo único que me encuentro son inconvenientes, trabas, negativas e incluso amenazas de los “médicos”.
Al pedir mis informes al psiquiatra que me diagnosticó como bipolar no sólo se niega, también se siente amenazado, supongo, al decirme que tiene que hablar con su abogado, a la par que aprovecha para intimidarme. Pero lo más importante es que como “médico” no se interesó por mi estado de salud, mi recuperación. Otro me da un informe de siete líneas para resumir cinco años de tratamiento. Al explicarle que quiero un informe detallado también se niega argumentando, entre otras cosas, que puede llevarle al menos dos días recopilar esa información. Tampoco este “médico” me preguntó por mi estado actual.
Inevitablemente todo esto me hace diferenciar a los médicos con los “médicos-psiquiatras” ya que estos últimos no curan, solo hacen clientes y los saben fidelizar muy bien. Y lo más grave de todo como “médicos” que parecen ser, es que si consigues recuperarte se sienten amenazados, un cliente menos pensarán.
Ahora está todo en manos de mi abogado para que, por una orden judicial, me faciliten todos los informes que me corresponden por derecho, ya con unos pocos que tengo, tras revisarlos, he visto cosas que no encajan, otras alarmantes que me hacen pensar que lo único que se enmascaraba tras mi depresión inicial no era un trastorno bipolar sino una mala praxis y daño iatrogénico.
Una vez escuché decir que los locos abren los caminos que luego recorrerán los sabios. Yo soy uno de esos locos.
Fuente: publicado el 6 de abril del 2017 en la web madinamerica-hispanohablantes.
Y que volvemos a publicar aquí en la web de CCDH, con el acuerdo del autor D. Santiago González.