Las instituciones sanitarias internacionales consideran que una buena práctica clínica sería que se recetasen, como máximo, 24 dosis por cada mil habitantes. España, ya en 2010 había llegado a 59. Euskadi, con un consumo aún «excesivo», figura entre las cinco autonomías con menor consumo. Aún así, la situación no es como para echar las campanas al vuelo.

       Un informe del Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos indica que por cada 100 automovilistas que sufren un accidente de circulación por diferentes causas, 16 de ellos viajaban bajo los efectos de ansiolíticos o antidepresivos. Y es que un estudio de la Guardia Civil, basado en los resultados obtenidos en controles de drogas y alcohol, reveló que un 10,7% de los fallecidos en la carretera había consumido tranquilizantes, que producen somnolencia. «No es sólo el coste directo de la intervención medicamentosa frente a la psicológica, sino sus gastos indirectos», insiste el especialista, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. «Curiosamente, el tratamiento psicológico está muy poco accesible y el farmacológico no para de aumentar», protesta.

        «La Organización Mundial de la Salud dice que si se muere tu padre, no debes tomar pastillas para dormir. En España se da psicofármacos a cualquiera que entra en la consulta, se pone a llorar y dice ‘vengo porque se ha muerto mi perro y no puedo soportarlo’. ¿Se imagina alguien que a este señor se le recetara barra libre de alcohol? Pues eso es lo que está sucediendo», argumenta Cano. Y aporta un dato más, procedente del informe de la Guardia Civil de Tráfico: un 9,5% de las mujeres mayores de 50 años dan positivo en los controles de drogas.

Noticia de Fermín Apezteguia el 22 de mayo del 2017 en elcorreo.com